– Después de eso –proseguí–
compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación
con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea
en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la
luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo
que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les
impiden girar en derredor la cabeza.
Más arriba y más lejos se halla
la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros
hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a
lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para
mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
– Me lo imagino.
– Imagínate ahora que, del otro
lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y
figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas
clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
– Extraña comparación haces, y
extraños son esos prisioneros.
– Pero son como nosotros. Pues en
primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa
que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen
frente a sí?
– Claro que no, si toda su vida
están forzados a no mover las cabezas.
– ¿Y no sucede lo mismo con los
objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?
– Indudablemente.
– Pues entonces, si dialogaran
entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan
y que ellos ven?
– Necesariamente.
– Y si la prisión contara con un
eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro
lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de
la sombra que pasa delante de ellos?
– ¡Por Zeus que sí!
– ¿Y que los prisioneros no
tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados?
– Es de toda necesidad.
– Examina ahora el caso de una
liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si
naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse
de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto,
sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas
cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese
que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más
próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si
se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se
le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá
en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas
que las que se le muestran ahora?
– Mucho más verdaderas.
– Y si se le forzara a mirar
hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose
hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente
más claras que las que se le muestran?
– Así es.
– Y si a la fuerza se lo
arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar
hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y,
tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver
uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?
– Por cierto, al menos
inmediatamente.
– Necesitaría acostumbrarse, para
poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor
facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos
reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación, contemplaría
de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros
y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
– Sin duda.
– Finalmente, pienso, podría
percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son
extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito.
– Necesariamente.
– Después de lo cual concluiría,
con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que
gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que
ellos habían visto.
– Es evidente que, después de
todo esto, arribaría a tales conclusiones.
– Y si se acordara de su primera
morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de
cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los
compadecería?
– Por cierto.
– Respecto de los honores y
elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con
mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique,
y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes
y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba
a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más
honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles
de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o
soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a
aquella vida?
– Así creo también yo, que
padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
– Piensa ahora esto: si
descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los
ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
– Sin duda.
– Y si tuviera que discriminar de
nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en
todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran
a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo
y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había
estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia
arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían,
si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
– Seguramente.
– Pues bien, querido Glaucón,
debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho,
comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la
morada–prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol;
compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con
el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a
lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es
realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de
lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez
percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas,
que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el
ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y
que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo
privado como en lo público.
– Comparto tu pensamiento, en la
medida que me es posible.